Para mi generación, el cine siempre fue un momento de refugio y de diversión, un medio para acercarnos a unas vidas que nos inquietaban y nos alimentaban, una huida del pensamiento hacia experiencias visuales de especial frescura, aquéllas que nos enseñaron a abrir las puertas del sueño y retener en nuestra memoria todo lo que de misterio hay en el mundo.
Con los años fui comprendiendo que en algunas películas se podía llegar a intuir la presencia de unos personajes y de unas vidas ejemplares, cuyo pensamiento, unos ignoran, y otros traicionan.
Este es el caso de la película Encontrarás dragones, y el de uno de sus personajes centrales: San Josemaría Escrivá de Balaguer.
Este es el caso de la película Encontrarás dragones, y el de uno de sus personajes centrales: San Josemaría Escrivá de Balaguer.
Más allá de las incisivas y conmovedoras escenas en las que a los personajes se les ve pasar hambre, cansancio, miedo, angustia, violencia y muerte, lo que me interesa de su guión, lo que lo hace atractivo es su reflexión de cómo el hombre moderno se puede enfrentar ante la adversidad y la angustia: con el perdón -San Josemaría- o la venganza -Manolo Torres-.
La película nos presenta cómo San Josemaría, ante el misterio de la muerte -la de sus tres hermanos y la de un sacerdote amigo- lejos de adentrarse en los senderos del rencor y del odio, su sufrimiento le lleva a la búsqueda de una conversión más profunda de su fe, de su amor a un Dios cercano y confidente, al que se puede llegar, no sólo a través de una vida mística, sino convirtiendo nuestra experiencia personal en fuente de conocimiento y amor sobrenatural. De ahí que después del asesinato del sacerdote por un miliciano, recrimine que sus hijos busquen también la vía de la violencia, porque ésta, como el abuso del poder, no procede de Dios, sino de nuestros propios dragones interiores, aquellos que envilecen el alma y los corazones de los hombres.
Frente al grito de silencio y de amor que un joven sacerdote tiene ante la adversidad y el desamparo, el otro personaje, Manuel Torres, entiende la vida como una oscilación arbitraria entre el bien y el mal, lo que le lleva a creer que al contratiempo y el infortunio se les puede retar con un desafío arrogante, con una vida ignominiosa en la que es preferible el deseo de una victoria efímera, de un poder alcanzado con la traición, a unos valores que ya no tienen cabida en su alma. Una actitud de huida que sólo cambiará cuando comprende, en la lucidez de sus últimas horas, que la única esperanza al mal causado se halla en el perdón sincero y doliente, el que le tendió su joven amigo, aquél que le esperó de forma confiada y paciente, aquél que comprendió que no es la libertad la que libera, sino la verdad buscada libremente.
A mi juicio, ambos personajes plantean una disyuntiva tan importante como discutida en nuestra sociedad: la búsqueda de la verdad frente a la búsqueda de la certeza, de lo tangible. Hoy, para una parte de la cultura actual, la postmodernidad no es sólo una filosofía, sino también una sensibilidad y un estilo de vida individual y social, en el que el Carpe diem del poeta se convierte en paradigma de verdad, y ésta únicamente existe si se vierte en una ley formal, por lo que, para el positivismo moderno, lo único real es lo tangible, lo mensurable, lo que lleva a eliminar de la esfera pública toda pregunta por el sentido y la trascendencia del hombre, renunciando, así, al humanismo más liberador, aquél que nos enseña que los valores y los principios no se improvisan: son el resultado de una Historia, aunque algunos poderes fácticos desean que queden relegados a la epidemia del olvido.
Frente a quien intentan relegar la dimensión y la razón de ser del cristianismo a una cuestión privada, de fuero interno, arrinconándola a la privacidad -como ya se hizo al separar la ética de la moral-, nos cabe el ejemplo de aquellos que vivieron una fe que proviene del Logos, de la Razón creadora, y que nos hicieron tener una conciencia clara de nuestras raíces, lo que no se perdona por quienes defienden el dogma del relativismo, la exclusión del debate público a quienes hacen expresión pública de su fe.
Éste es hoy, como en los años treinta, uno de los problemas de la libertad: la desconfianza hacia los espíritus libres, hacia quienes no sacralizan la secularización de las ideas, ni santifican el dogma del progreso ni determinadas leyes ajenas al Derecho natural.
Éste es hoy, como en los años treinta, uno de los problemas de la libertad: la desconfianza hacia los espíritus libres, hacia quienes no sacralizan la secularización de las ideas, ni santifican el dogma del progreso ni determinadas leyes ajenas al Derecho natural.
Ante esta compleja problemática, y en estos tiempos de desorientación cinematográfica, en los que se confunde el ritmo con la prisa, en Encontrarás dragones podemos hallar una mirada diferente de un tiempo y de un personaje, que ante la intolerancia de ambos regímenes políticos, llamó a los hombres a ser sembradores de paz y alegría, a no vivir con los ojos vendados a la única realidad que nos precede, y que nos da las respuestas a nuestras preguntas, lo que la hace lo suficientemente atractiva para ser visionada: por lo que transmite, por lo que sugiere y por lo que nos hace pensar y sentir.
J. ALFREDO OBARRIO MORENO |
PROFESOR TITULAR DE DERECHO ROMANO (UNIVERSIDAD DE VALENCIA)
GRUPO DE ESTUDIOS SOCIALES E INTERDISCIPLINARES
PROFESOR TITULAR DE DERECHO ROMANO (UNIVERSIDAD DE VALENCIA)
GRUPO DE ESTUDIOS SOCIALES E INTERDISCIPLINARES
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